Como tú.

Ayer soñé, con los ojos cerrados, algo que me confundió. Paseando por las calles de la ciudad impregnadas de un asquerosamente dulzón ambiente navideño, decoradas con piruletas rojas y olor a mantecado, te encontré de frente. Parálisis, impacto. Sin saber qué hacer te dije "Hola", por cortesía, por guardar la compostura. Y tú sin decir nada, me mirabas entre el tránsito humano, y de repente, te echaste a llorar. Musitabas sin conseguir expresar nada. Tus ojos seguían vacíos, como cristales rotos. "Débil, eso es lo que eres. Cobarde", pensé. Quisiste buscar mi compasión a través de una cosquilleo en las palmas de mis manos, un acercamiento sin resultados. ¿Qué pretendías? Era la primera vez que me sentía tan fría, por dentro y por fuera. "Llora, ahora que es tarde para lamentaciones", repetía mi cabeza. Ya era hora de que siguiera mi camino hacia mi casa, hacia la librería, hacia el coche, donde fuera, y te dejara atrás, como un detalle sin importancia, como mil veces has hecho tú conmigo.